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Leaked dangamboab Nude Leaks Onlyfans – Leaked dangamboab Nude Leaks Onlyfans – Sevilla, 5:10 pm. Jardines del Guadalquivir. ¿Por qué me gu.. – Sevilla, 5:10 pm.
Jardines del Guadalquivir.

¿Por qué me gusta el cruising? El cruising es apropiarse de forma agresiva, de aquello que no hemos tenido: libertad de ser quien somos. Hombres, de todas las edades y estados civiles, con todas las inclinaciones sexuales, nos reunimos en espacios de la ciudad para simplemente ser y hacer lo que queremos hacer en silencio. Es una postura agresiva, de rebelión, de territorialidad a través del sexo. Ahí, al aire libre, con pocas consecuencias. Una sexualidad democrática, donde los que tal vez no nos sintamos identificados con mucha de la movida homosexual típica de bares o discotecas, podemos expresarnos sin tanto filtro y pavoneo.


Normalmente lo hago solo, pero esta vez, sería la excepción: decidí convencer a un amigo, a un sitio de cruising en Sevilla, España. Un jardín creado para el esparcimiento de la ya pasada Exposición de 1992, ahora lentamente se había transformado en un sitio de encuentros clandestinos entre hombres, deseosos o curiosos, para encontrarse con desconocidos y sin mediar palabra, llevarse mutuamente al orgasmo.

Ahí estaba yo, cargados, en celo, hambriento y con sed. Por mi parte sabía -por lo que había leído- que en estos jardines el punto de encuentro era el laberinto: un foso de pinos que era perfecto para perderse entre ellos y tener acción sin ser vistos en la superficie. Mi amigo, más curioso que convencido, solo quería ver cómo funcionaba ese ritual de morbo a plena luz del día.

Me dispuse a dar vueltas por el jardín, mientras le explicaba cómo sería agarrarse el paquete para tentar a algún transúnte a que me siguiera y dejarse llevar. Confieso, yo solo queria estar de rodillas en el suelo y disponerme a ordeñar, cuantas veces fuera necesario. Él, se mostraba cada vez más convencido de lo que podría pasar, se sentía algo intimidado por los hombres que vagan sin rumbo por el lugar pero el morbo de poder tener una mamada, ahí, sin más de forma tan directa le podía ganar y eso, se le notaba cada vez más en el pantalón. Llegué a pensar incluso que podíamos entre los dos ligarnos a alguien; pero no, no se que tanta confianza tuviera él para dejar que yo le viera su verga. En mi mente, él solamente queria tantear terreno y aprender.

Entre amague y amague, entre miradas que se cruzan y labios que se muerden, nos hemos quedado mi amigo y yo en la entrada en el laberinto. Mientras hablábamos de a quién le parecia más guapo, o que cosas me causaban morbo, notaba como se pasaba la mano por el pantalón. Sí, supongo que es parte de la excitación del momento o que definitivamente le llamaba la atención alguien y quería llevárselo a solas un rato.

Sin importarle, toma su mano derecha y lentamente se abre el cierre del pantalón. Alrededor nuestro, cinco hombres más se quedan pendientes de lo que pudiera pasar. No sé si como testigos, o como vigilantes; porque aún a esa hora, aunque todos los presentes estábamos ahí para darle libertad a los deseos que solo cumplimos en el anonimato, aún pueden entrar personas para simplemente recorrer el lugar.

Me miró fuertemente. Yo, percatándome de lo que estaba pasando, asenté la cabeza y la moví hacia la izquierda, para indicarle hacia a donde debía ir. El laberinto, diseñado para que veinte años atrás fuera un patio de recreo ahora es un campo de juego de adultos. En una esquina, entre los pinos, me arrodillé, y mirándole a los ojos solo pude abrir la boca, pero no para hablar. Por un segundo caí en cuenta que lo impensable, estaba pasando: no necesitaba encontrar un desconocido, terminé siendo objeto de placer de nada más y nada menos que mi amigo sevillano. El que tenía curiosidad; el que tanteaba terreno.

A pesar del invierno y del frío, el calor que podía dar con mi lengua era suficiente para que ambos nos calentáramos. Una y otra vez, adentro y afuera, mientras que me sujetaba el pelo con fuerza, todo lo que pretendía era que se pudiera venir en mi boca y yo hacer lo mismo en el suelo. Al lado, como testigos y vigilantes, habían dos sujetos, de unos cuarenta años, masturbándose con la escena.

Lo conozco desde hace un año, sabía que le gustaba y que no. Sabía que cuando bebe, saliva mucho. Sabía que le gustaba ponerse de macho alfa y hacer atragantar por una mamada. No sabía, remotamente que quería hacerlo conmigo. Pero claro, entre esa confidencialidad de antaño, no tardó en hacer uso de esas viejas conversaciones para escupirme en la cara y enterrarme toda su verga en mi garganta, una y otra vez, hasta que pudo correrse, de forma bestial, dando un gemido de placer al unísono del mio. Al lado, los otros dos testigos con prudente distancia, tampoco pudieron aguantar el placer de ver a dos amigos, en plena confidencialidad, probandose mutuamente.

Ahí quedó sobre el suelo la leche de ambos, mientras me limpiaba con el antebrazo cualquier resto que quedara en la barba. Así, al volver a la ciudad, solo el olor podría delatar lo que sucedió en un pequeño laberinto de un parque abandonado en Sevilla.

Tomamos el bus de regreso a casa, como era habitual estos días; solo que esta vez, y en un bus vacío, había un poco más de confianza. No se si la amistad se ha arruinado o hemos dado paso a una nueva fase de la misma. Lo que se es que apenas me vaya, los Jardines del Guadalquivir tendrán un nuevo visitante en la lista de desconocidos en busca de placer sin mediar palabra.

Y qué morbo me da por saber que aquél, es un amigo.

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